lunes, 18 de marzo de 2013

HOLA AMIGO HOY LES TRAIGO  UNA VERDADERA HISTORIA DE SUPERVIVENCIA Y QUIERO COMPARTIR -Today I bring HELLO FRIEND A TRUE STORY OF SURVIVAL AND WANT TO SHARE


Seis personajes expertos en supervivencia -Six Characters survival experts

Historias de nuestra Ciudad. Raimundo es ciego y apuesta al turismo religioso. Ricardo anda triste, pero vende alegría. Oscar perdió las piernas, pero no su puesto de praliné. Eduardo ve la vida al ras del piso y se queja. Juan Carlos tiene silla con televisión, radio y luces. Y Carlos quiere conseguir un cajón de lustrar para un amigo. 


Raimundo: 

 

Raimundo tiene 68 años y hace más de treinta que se gana la vida en la calle. Cobra un subsidio del gobierno de 300 pesos y a veces tiene problemas con las trabajadoras sociales por estar pidiendo. Se para a hacer lo suyo cerca de la zona bancaria: Patricias Mendocinas y Las Heras. El fin de semana, en cambio, se lo puede ver en la iglesia de El Challao. "Ahí me conocen. Voy, me quedo, como allá y me vuelvo a la noche. Lo bueno es que va mucho turismo a la iglesia", comenta él. Raimundo se quedó ciego a los 9, cuando vivía en el campo y el destino quiso que se cayera de un caballo. El golpe lo dejó ciego. Ahora, recauda unos $ 25 por dia. Vive su vida. 

Ricardo: 

 

Ricardo tiene 53 años y, cada día de su vida, se viste de colores, de pie a cabeza, aunque esté triste. Muchas veces, Ricardo puede estar triste, pero se viste para dar alegría; eso intenta y a veces le resulta. Entre un día y otro, se van acumulando los días y ahora resulta que Ricardo lleva quince años con traje de payaso. A decir verdad, también es cafetero. Ya saben ustedes, Ricardo vive al día. Gana su sueldo, pero aclara que "ni teniendo un sueldo te alcanza". Y sigue: "No le alcanza a nadie; imaginate a mí". No causa gracia lo que dice. Lo que el hombre piensa, es negado por las sonrisas plenas de los animales de aire que fabrica y vende. 


Oscar: 
 

Oscar tiene 51 años y vende más, cuando hace más frío. A él le gusta el frío, porque vende. Y Oscar vende desde hace 36 años. Desde entonces, tiene su puesto de praliné, almendras, maní. Hasta carteles se ha hecho. Gana $35 por dia. Oscar dice que este trabajo le ha salido tan caro que por él perdió sus dos piernas. El tema es que es diabético y alguna vez se le le infectaron: "Y ni siquiera entonces dejé de estar parado acá". Ahora, ya nunca más estará parado. Sigue haciendo memoria: "En la época de los militares, recién nos dejaban empezar a trabajar después de las doce de la noche. No vendíamos nada y, si empezábamos antes, nos metían presos. Después, con la democracia, pudimos empezar más temprano". Ahora, para él y para todos, hay democracia. Y, dentro de todo, ya nadie puede llevárselo preso así nomás. 


Eduardo: 

 

Eduardo ve la vida desde un lugar incómodo: a ras del piso, en la vereda de la avenida San Martín. Tiene 49 años y aclara que recibe un subsidio nacional de $ 500. Eduardo es un padre prolífico: tiene seis hijos. Desde hace quién sabe cuánto, Eduardo llega hasta el centro y se dedica a pedir. Por cierto, no deja pasar la ocasión para quejarse de que "la sociedad mendocina y la politica discriminan al discapacitado". De todos modos, tan, tan mal no le va: gana $40 por día, pidiendo limosnas a la sociedad mendocina. 


Juan Carlos: 

 

A los ocho años, Juan Carlos ya no pudo volver a caminar. Los años fueron pasando, unos tras otros, como sus sillas de ruedas, y ahora se encuentra con 39. Su última silla es la mejor que ha tenido hasta ahora. Está equipada con televisión, radio y hasta imprescindibles luces que delantan sus movimientos diurnos y nocturnos. "Tengo una silla habilitada por la dirección de Transporte", bromea él, el dueño de dos fuertes brazos aliados. Hay algo que Juan Carlos nunca pierde, sobre todo si le preguntan cuánto gana: "Ah, no... Lo que gano es secreto... No vaya a ser cosa de que te lo diga y después me caiga la Afip", dice y se va remando con su sonrisa. 

 

La silla de Juan Carlos, habilitada por transporte. 

Carlos: 

 

Seguramente, Carlos sabe con qué bueyes ara, de sólo mirarle los zapatos. De un día para otro, resulta que ya tiene 49 años y lleva treinta trabajando de lustrabotas. "Mirá, la plata cada vez me alcanza para menos", empieza, quejoso. Le cambiamos de tema, para que cambie la mirada: "Los días que más trabajo son los viernes y los sábados, cuando la gente se prepara para salir", comenta, desterrando la idea de que, en realidad, los mendocinos se lustran los zapatos para ir a trabajar. Ahora, Carlos anda preocupado, casi al borde de las lágrimas: un amigo acaba de quedarse sin trabajo. "Quiero conseguirle un cajoncito. ¿Vos podés hacer algo? Por lo menos así va a zafar un poco". Lo dejamos con su pena, que no brilla, como los zapatos que lustra. 

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